miércoles, 31 de julio de 2013

DOMESTÍCAME



Domestícame,
átame a las patas de tu cama,
no dejes que me lama las heridas
que me abrieran los años.
Hazme de ti,
de tus silencios, de tus ausencias,
y aguardaré nervioso
escuchar el sonido de tus pasos tras la puerta,
y me pondré contento al verte entrar,
escucharé tu voz como si fuera
el aire que se estaba terminando.
Esperaré ansioso las caricias de tus manos
por mínimas que sean,
y restregaré mi cuerpo contra el tuyo
aunque uses los cojines del sofá
como un muro insalvable entre nosotros.


Domestícame,
enséñame las luces de tus ojos
y te guiaré, sin prisas, por mis ganas.
¡Cuidado!
no tropieces con el miedo
que dejo tirado cada noche
por el suelo al desvestirme,
o con la estúpida correa,
en forma de corbata,
que me amarra a un trabajo
que no me gusta mucho,
que no me gusta nada.
Conquistarte sería
mi trabajo ideal.


Domestícame,
lánzame una mirada
hacia el final del parque
y yo te la devuelvo
convertida en un beso
que te cierre los ojos,
y ya, luego, si quieres
desplegamos las alas,
encendemos las calles
y volvemos a casa.


Domestícame,
hazme invisible a todas las mujeres,
siente mi sombra acercarse despacio
hasta tu dormitorio,

hazme sitio en tu cama.

Domestícame.

Domestícame.


(Página 27; El Café del Loco)   

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